La noche de ayer, domingo 7 de diciembre el Estadio Nacional estaba repleto. Familias completas, niños en hombros, parejas tomadas de la mano y grupos de amigos esperaban expectantes la aparición del conjunto más emblemático de la música chilena.
A las 21:45, tras un murmullo ansioso que recorría el recinto, las luces se apagaron en un abrir y cerrar de ojos y comenzó el viaje.
El inicio del concierto fue un homenaje: en pantalla se proyectó la historia y el arte de René Olivares, creador de las icónicas portadas de los discos de Los Jaivas, y que falleció este año en el mes de octubre. Su legado visual fue narrado con emoción marcando el tono nostálgico de la noche.
Sin pausa, las primeras notas de Arauco tiene una pena, de Violeta Parra, llenaron el recinto, acompañadas por el rostro de la cantautora proyectado en la pantalla gigante.
Tras esto, la atmósfera se volvió casi ritual. Los Jaivas tienen esa capacidad única de unir generaciones, de construir un espacio colectivo donde la música no solo se escucha, sino que se siente. Ese vínculo transgeneracional se evidenció en cada rincón del estadio.
Un recorrido por la historia
En medio de la jornada, Claudio Parra -que regresó oficialmente a la banda tras meses en Francia- recordó el exilio durante la dictadura y el apoyo que recibieron en Argentina y Francia, un momento de memoria colectiva que fue recibido con respeto.
Tras este primer bloque marcado por imágenes de archivo, pasajes místicos y sonidos andinos, comenzó la secuencia de los ya anunciados invitados. El primero en subir fue Roberto Márquez, de Illapu, para interpretar La Centinela. Los Jaivas destacaron su rol como pionero del charango, incluso en tiempos en que el instrumento estaba prohibido.
El bloque de los invitados en el Estadio Nacional
Luego vino un momento electrizante: Macha (Aldo Asenjo) apareció para cantar Vergüenza Ajena, imprimiendo su voz desgarrada en una versión que estremeció al público, cómo parte de su sello y voz inconfundible cantó junto al grupo nacional esta canción que proyecta un amor profundo e inentendible.
Le siguió Nano Stern, presentado como compañero de la banda en su última gira, con una interpretación de Indio Hermano. Desde Valparaíso llegaron Pancho Sazo y Tilo González, de Congreso, para cantar Valparaíso. Sin introducción, Joe Vasconcellos irrumpió sonriente para unírseles en Un mar de gente, repartiendo la energía y cercanía que lo caracterizan.
“¿Y cómo subieron el piano?”
El bloque de invitados terminó con un guiño proyectado en pantalla negra: “¿Y cómo subieron el piano?”. Risas y expectación anticiparon uno de los momentos más esperados de la noche: la interpretación completa de Alturas de Machu Picchu.
Antes de iniciar esta escena, apareció un personaje vestido de diablada, con traje rojo, fuego y humo, recorriendo distintos sectores del estadio en una puesta en escena hipnotizante.
Tras esto, las primeras notas de La poderosa muerte marcaron el inicio del recorrido por la obra maestra. La interpretación fue intensa, cuidada e hipnótica.
Alturas de Machu Picchu de inicio a fin
Después vinieron clásicos como Amor Americano, Águila Sideral y Antigua América, hasta llegar a una de las cumbres emotivas del concierto: Sube a nacer conmigo hermano. El piano y la guitarra guiaron el primer gran movimiento del público, que cantó de pie, brazos alzados, en un momento de complicidad colectiva.
El cierre del show comenzó a marcarse con La Conquistada. Apenas sonó el piano de Claudio Parra, el estadio reaccionó: ojos vidriosos, voces entregadas y un sentimiento de identidad profunda. Con un piano que no podría ser distinto, que toca la fibra y una guitarra que te mantiene fuerte y atento a en cada vibración.
Luego siguieron La quebrá del ají, Desde un barrial, Pregón para iluminarse, Hijos de la tierra y Mambo del Machaguay, anticipando lo que sería el cierre que contó con la participación de otro músico nacional.
El sublime final de Los Jaivas, Siempre
Como último invitado antes del final, apareció Álvaro Henríquez para cantar una emotiva Mira Niñita. Y cuando parecía que la noche ya había entregado todo, Los Jaivas cerraron con Todos juntos, un himno que resume medio siglo de historia musical chilena.
Fue un concierto sublime. Una puesta en escena pulcra, con colores vibrantes en los vestuarios, imágenes históricas que conectaban pasado y presente, y un público fiel que celebró la vigencia de una banda que acompaña a generaciones. Una noche para recordar, donde Los Jaivas confirmaron, una vez más, que su música no solo pertenece a Chile: es parte de su identidad.
Lee también: «Gracias por estos 18 años por ser mi hogar»: Mon Laferte conquista México y se convierte en la artista nacional más escuchada
